Sonámbulos
Nuestra relación acusaba cada vez más la enemistad de nuestras familias y las miradas indiscretas de los vecinos. Nos amábamos en casas abandonadas, en calles sin salida o en el cementerio, pero siempre nos sorprendía alguien. Un verano en que el viento no movía ni una pluma, aprovechando que la gente estaba más preocupada por refrescarse que por nosotros, decidimos largarnos en busca del anonimato a la gran ciudad. Pronto conseguimos un pequeño apartamento y un empleo. Yo trabajaba en una empresa de seguridad en el turno de noche; Ana, en un bar desde el amanecer hasta que oscurecía. Ella libraba los martes y miércoles; los lunes y jueves yo. Al principio no nos acostumbrábamos a la ausencia del otro, pero con el tiempo nuestra soledad se convirtió en rutina. Hace unos años nos cruzamos en la escalera y nos dimos un beso apresurado antes de despedirnos. No nos hemos vuelto a encontrar desde entonces. Ayer me pareció verla, aunque no puedo asegurar que fuese ella. Pasó a mi lado y seguí caminando con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, esquivando charcos, con la misma sensación de quien sueña algo hermoso y al despertar no logra recordarlo.
De SONÁMBULOS, el jurado ha dicho:
Desde su título, Sonámbulos ya nos insinúa su vocación onírica y nos revela con sutileza que los protagonistas de la historia, por motivos que desconocemos, carecerán de la capacidad para dirigir sus propios movimientos.
Es un microrrelato lineal, pero muy redondo y magníficamente bien planteado, cuya virtud es su profunda melancolía y su certera búsqueda de la verdad que hallamos en el desencuentro. El desamor como inevitable final de una historia que en su inicio fue de amor.
Se disfrutan los guiños a Romeo y Julieta y a La vida es sueño, como referencias inteligentes y bien traídas, así como ese regusto amargo al conseguir hacernos saborear la resignada tristeza de sus protagonistas, transformados por el tiempo y la monotonía en unos meros desconocidos, ajenos a cualquier pasión.
Down Hearted Blues
Elisabeth Bessie Smith apareció flotando en la orilla del río Hudson, a primera hora de una mañana de verano, hacia el final de los animosos años veinte. El vestido de plumas verdes, mecidas con suavidad por el vaivén de las aguas, le confería el aspecto de un cebo insólito y apetecible bajo el escrutinio de alguna criatura que la contemplase desde el lecho de limo. Para cuando condujeron su malogrado cuerpo a tierra, un grupo de madrugadores neoyorkinos, cada vez más numeroso, se agolpaba profiriéndose sutiles codazos y no pocos pisotones para contemplar una vez siquiera el rostro de la muchacha. Bessie, la voz prodigiosa que encandiló a la urbe que nunca duerme; los ojos de espinela que refulgían como gemas bendecidas de vida; la sonrisa deslumbrante que rivalizaba con la luminaria del proscenio. Ubicaron la capilla ardiente en un club de la calle 42 y hasta su ataúd de blancor peregrinó por entera la aristocracia de la ciudad. Una mujer, tan bella como el ocaso de las tardes de septiembre reflejado en un vaso de Manhattan Dry, se inclinó frente a Bessie y la besó en la mejilla. Todavía percibió el aroma a puerto sin patria sobre su piel.
De DOWN HEARTED BLUES, el jurado ha dicho:
Down Hearted Blues inventa un final alternativo para Bessi Smith, si no mejor, más poético. Tanto que nos quedamos mirando cómo se mece el cuerpo de pájaro verde en el Río Hudson, cómo lo va a visitar la flor y nata de la ciudad hasta la capilla ardiente en un club de Nueva York. Destacamos su lenguaje poético tan acertado y la música del texto, como si fuera la última canción que Bessie se cantara a sí misma en su funeral.
Pan, de Raúl Clavero
Regresábamos de la panadería cuando comenzó a llover. No habíamos llevado paraguas, así que nos resguardamos con mamá bajo los soportales de la plaza. Yo tenía hambre, pero ya me había comido mi bollo y le pedí a Lucas un trozo del suyo. Él se negó. Yo le empujé. Cayó sobre un charco. Apenas pude disfrutar de su rostro, empapado de agua y de furia, porque antes de que se levantara una violenta racha de cierzo lo impulsó hacia arriba. Enseguida vi a mi hermano flotando varios metros por encima de nuestras cabezas, haciendo giros y más giros, como si estuviera aprendiendo el idioma de las nubes.
Tras la tormenta pensamos que descendería, pero un remolino de aire envolvió sus pies, y Lucas se quedó allí, suspendido, durante semanas, durante meses, hasta que finalmente decidió marcharse con una bandada de patos.
Desde entonces regresa cada verano a la ciudad, con el cuerpo cubierto de plumas, y se instala en el río. Aunque ya no me reconoce, yo siempre paso a saludarle, con una barra de pan recién hecho entre mis manos, que devoro, poco a poco, mirándole fijamente a los ojos.
Nunca le he dado ni una miga.
De PAN, el jurado ha dicho:
De Pan nos gusta la trama que comienza bajo el paraguas de la inocencia de un niño. El creador/a de este microrrelato nos propone un protagonista despreciable que va creciendo en crueldad a partir de un sentimiento infantil usual, como la glotonería y la envidia. En mitad de lo acontecido introduce una metáfora de situación, la racha de cierzo que arrastra al hermano como un globo que ¬«estuviera aprendiendo el lenguaje de las nubes». Es así como el conflicto en apariencia banal, impregna fantasía, ensoñación y belleza al texto, arrastrándolo hacia el desenlace dramático. Y es precisamente este final lo que da sentido al título anodino de «Pan» que tras la lectura cobra toda la fuerza, convirtiendo el microrrelato en un texto de una gran calidad literaria.
El vacío que dejas, de Esther Gómez
Siempre me decías que subir al Empire State era de turistas. Pero ahora ya no estás, y Nueva York es solo mía, extendida hasta donde alcanza la vista, achicharrada bajo el sol de este verano interminable. Entre el laberinto de edificios está nuestro hotel, más pequeño que la pluma solitaria que flota frente a mis ojos. Se parece al espacio que ocupas en mi corazón. Allí abajo, encapsulados en una habitación polvorienta y minúscula, se han quedado tu olor, el eco de tu risa y las zapatillas viejas que no te quisiste llevar. Miro de reojo en esa dirección y me vuelvo a convencer de que ya me importas poco. Tan poco, que salto hacia el otro lado.
De EL VACÍO QUE DEJAS, el jurado ha dicho:
Todo microrrelato se la juega en el final. Un mal final puede arruinar un buen texto, mientras que un buen final puede que lograr que el texto cobre todo el sentido. Es el caso de “El vacío que dejas”, una historia de desamor contada en segunda persona a un amante ausente, que aparentemente puede parecerse a cualquier otra y que nos lleva por un camino conocido, para conseguir cambiarlo todo en la última línea y dar un sentido completamente diferente al título. O no.