Experta, de Patricia Collazo (Septiembre)
Ese no es nuestro estilo de familia, masculla mi abuela cuando mamá dice que ya recogeremos la mesa mañana.Entonces mamá, bufando, friega los platos y después se sienta a ver la tele.Que cómo vamos a mirar esas series de tiros, protesta la abuela. Que los tiros, tiros traen y ya sabemos lo que pasa. Entonces mamá abandona resignada el sofá, se lava los dientes y se va a dormir sin escucharla sentenciar que, si te acuestas sin quitarte el maquillaje, amaneces momia.La abuela se adueña del sofá farfullando que en esta familia nunca le hacemos caso. Exactamente lo mismo que decía cuando estaba viva.
Menú del día, de Tomás del Rey Tirado (Octubre)
“No hay tiempo que perder, termínate ya la sopa”, dice papá, siempre con prisas, como todos los mayores. Pero yo todavía tengo que soplar para no quemarme, y le pregunto que si no hay tiempo cómo puede perderse.
En el segundo plato, les repito a mis hijos que el tiempo se nos va, y ellos me miran incrédulos, convencidos de que el aquí y el ahora son suyos.
El postre me lo da una muchacha muy simpática de la residencia. Le pregunto si mis nietos vendrán hoy, y ella me contesta sonriendo: “hay tiempo para todo”.
Yo le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa.
Morir de amor, Margarita del Brezo (Noviembre)
Le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa. Sé que está muy grave, aunque él trate de darme ánimos. Lo conozco muy bien, es el mismo doctor que le ha tratado las veces anteriores, el que me hace estremecer cada vez que me habla sin tapujos de su mal estado, de los fallos cardíacos, la falta de defensas, la respiración entrecortada. Y es que yo ya no puedo imaginarme a estas alturas de mi vida sin él, sin su bata blanca y su sonrisa irresistible, y con voz melosa le pido que haga todo lo posible por mantener con vida a mi marido un poco más.
Adolescencia, de Elena Bethencourt (Diciembre)
Estas humedades que me están matando no dejan de crecer. Gota a gota han inundado el suelo y suben por las paredes. A veces, de repente sales de tu cuarto y chapoteas por los charcos del salón como si fueras feliz. Yo me alegro de que sonrías otra vez. Quiero abrazarte, pero vuelve ese brillo a tus ojos y crece el nivel del agua. Me ahogo sin remedio en esta casa navegable, esperando que más pronto que tarde, dejes de llorar por él.
Caballo desbocado, de Domingo Jiménez Lacaci (Enero)
Cojo tu mano y salimos corriendo sin pagar y los gritos del dueño y las risas y el descampado y te beso por primera vez y nunca más volvemos al Instituto y los primeros porros y tu padre llamando al mío y nuestro primer pico en vena y el monedero de tu madre y el coche robado y la caja de la gasolinera y busca y captura y tu embarazo y tanta curva y tu hemorragia y la casa abandonada y con más dinero te traeré un médico y el joyero que llevaba una pistola y mi pulmón atravesado y dígale agente que la quise mucho.
Coartada, de Eva García Martín (Febrero)
Su marido era insufrible, siempre nos dejaba a los demás en ridículo. Apenas se podía creer que fuera tan perfecto: guapo, atlético, no bebía, no fumaba, atendía a los niños, cocinaba, hacía la limpieza y la compra, era un manitas, tenía un trabajo estupendo, preparaba unas barbacoas de morirse y amenizaba las reuniones cantando con su guitarra. Elisa era la envidia de nuestras mujeres y él un azote continuo a nuestra cada vez más amenazada masculinidad.
Por eso, aquella tarde que nos lo llevamos de pesca, tras empujarle al agua, estuvimos esperando que emergiera tan campante.
Cómo íbamos a imaginarnos que no sabía nadar.
Viajes interplanetarios, de Paola Tena (Marzo)
Sus deseos de comprarlo todo en Marte fueron la ruina de nuestra familia. Que allá una encuentra telas de mejor calidad, que si el pescado es más fresco y mira qué fabulosos ramos de flores. Pero al final ni flores, ni pescado ni telas. Cuando nació nuestro primer hijo, con su viscosa piel verde y ese par de ojos que casi le ocupaban la cara entera, por fin comprendí el porqué de su incontrolable afición por los viajecitos interplanetarios.
A quien no entiendo es a él, de María Nieto (Abril)
Te quiero, Pilar, te quiero… pero no puedo decírtelo, así que me trago mi declaración con un sorbo de cerveza mientras te escucho dolerte de que él no te quiera. Hablas de sus manos, y yo solo puedo mirar las tuyas deslizarse sobre el botellín frío. Elogias su voz, y yo tengo que contenerme para no derretirme con el tintineo de tu timbre cantarín. «¿Me estás escuchando, tía?». Doy otro trago a la cerveza para deshacer el nudo en mi garganta. «Claro, que le quieres. Si te entiendo» … y con el siguiente sorbo me trago el «si a quien no entiendo es a él».
Show time, de Rafael Loscertales (Mayo)
A las 22:00, se produjo la erupción. Mientras todos los animales huían despavoridos, las faldas del volcán se fueron llenando de curiosos, reporteros, vecinos que hablaban de lo tranquilo que parecía, jóvenes haciéndose selfis al borde del cráter, tertulianos, influencers, profetas y predicadores del fin del mundo, vendedores de magma y cenizas y alguien que pasaba por ahí. A las 22:15 el volcán se apagó y todos volvieron a sus casas defraudados. Solo el ruido de un tiroteo consiguió animarles de nuevo.
La sintaxis del amor, Rafa Soro (Junio)
Si no, me habría vuelto loco. Esa era fácil. Subordinada condicional. Desde que Don Manuel se había enamorado, la pizarra se había convertido en el espejo de su corazón. Aquellas frases anodinas que analizábamos al comenzar el curso habían dado paso a las más variadas declaraciones amorosas. Lejos estaba él de sospechar que todos sabíamos de su romance con Doña Paulina, la profesora de 4ºC y, menos aún, que ella también daba rienda suelta a sus sentimientos en las lecciones de sintaxis. La oración que habían analizado hoy nuestros amigos del C prometía una semana entretenida. «Cariño, tenemos que hablar».