Hoy, en los combates de La toalla del boxeador, duelo entre dos microrrelatistas que están en plena forma, con dos libros recién estrenados que, además, podéis encontrar entre los premios del Concurso “Las toallas son para el verano”.
A mi izquierda, desde Molins de Rei…, la encantadora de galgos, la bióloga de las palabras, la chica que le susurraba a las plantas, la autora de Jardinería de interior…¡Paz Monserrat Revillo y su Deforestación!
A mi derecha desde Vitoria-Gasteiz, el ingeniero de las letras, el bonito del norte, el último ornitorrinco salvaje, el autor de Hierba veloz y púrpura… ¡Asier Susaeta con su Decorado!
Ya saben: comenten, animen, compartan, opinen, aplaudan y, sobre todo, disfruten del combate. Podéis VOTAR por vuestro favorito en el Facebook de LA TOALLA.
DEFORESTACIÓN, DE PAZ MONSERRAT REVILLO (incluido en Jardinería de interior, Ed. Enkuadres, 2019)
De niña iba al dentista con frecuencia. Tenía el esmalte muy fino, teñido de amarillo por la tetraciclina. Pronto empecé con las caries.Un día el doctor me contó que en la muela de un paciente había encontrado una pepita de tomate germinada. Yo no supe si creerle, pero me recuerdo fantaseando sobre el tema. Imaginaba una cavidad llena de humus de la que brotaba una minúscula tomatera que con el tiempo se ramificaba y reptaba con ventosas por el suelo de la boca. Algunos tomates estallaban como globos entre los dientes al hablar. Otros bajaban por el tubo del fondo del jardín, fértil abono de lechugas y alcachofas. A veces salían malas hierbas y unos caracoles pequeñitos tapizaban las mucosas de satén. Se convirtió en un huerto capaz de alimentar a una familia, o tal vez a una ciudad. Después en un bosque que generaba tormentas tropicales, cuyas lianas crecían decididas hacia arriba -cual habichuelas mágicas- mientras el señor de la caries se fundía sin remedio con la tierra.
Nunca llegó a saber el doctor cómo le odié el día que me desveló el desenlace de la historia. No se puede deforestar de estas maneras la imaginación de una niñita fantasiosa y de esmalte delicado.
Se ha levantado de la cama más temprano de lo habitual tras pasarse toda la noche en vela, repasando los diálogos y mirando al techo estrellado del dormitorio. Se lava la cara como los gatos, con una botella de agua mineral, y mete el guion en la mochila. Después, ya en la cocina, abre el paraguas para resguardarse de la fina lluvia que empieza a caer, desayuna los restos del cáterin del día anterior y, por último, tiene que esperar unos minutos a que los técnicos terminen de montar el recibidor. Al salir al rellano, descubre que acaban de poner en marcha el ascensor; duda que sea seguro tras los últimos recortes del Estudio, así que opta por usar la escalera. Mientras baja, puede ver el rollo de asfalto desplegarse sobre la avenida desnuda, la fachada alzarse hacia él mediante un pentagrama de cuerdas y, cuando llega al portal, coincide con la actriz que hace de su mujer. Ella entra y lleva el pelo revuelto.
Escena 1ª: Adriana y José se dan cortésmente los buenos días.