La Toalla es femenino y feminista y hoy se declara en huelga, aunque la haga a la japonesa, publicando 5 microrrelatos.
AFRODITA, de Ana Grandal
Solo la ama un minuto al día. El resto del tiempo la desprecia.
Desprecia su boca caída, su pelo sin gracia, sus ojos siempre apagados, su piel mustia y desvaída, su figura encogida. Cada día, él espera hasta que el sol se pone; ese último rayo moribundo la ilumina con la luz justa, la luz perfecta, la luz que cincela sus rasgos y realza sus colores y la convierte en una diosa.
ENSAYOS, de Lola Sanabria
Repaso sus ropas, las plancho, las doblo, les introduzco caramelos en los bolsillos del pantalón. Coso el ojo del hipopótamo, los lunares a la mariquita. Les preparo macarrones, croquetas, albóndigas, pizza, hamburguesas. Lo guardo todo en tupers etiquetados dentro del frigorífico. Dejo pan con chocolate sobre la mesa de la cocina, para la merienda. La última vez llegué hasta la estación, hoy tal vez pueda coger ese tren.
Repaso sus ropas, las plancho, las doblo, les introduzco caramelos en los bolsillos del pantalón. Coso el ojo del hipopótamo, los lunares a la mariquita. Les preparo macarrones, croquetas, albóndigas, pizza, hamburguesas. Lo guardo todo en tupers etiquetados dentro del frigorífico. Dejo pan con chocolate sobre la mesa de la cocina, para la merienda. La última vez llegué hasta la estación, hoy tal vez pueda coger ese tren.
COMPRENSIÓN, de Elena Casero
Anoche me morí en tus brazos. Lo hice sin pensar, por cariño, como lo he hecho todo por ti. Pusiste cara de susto, pero te duró poco tiempo. Después, cuando yo ya había cerrado los ojos y creías que no te podía ver, te relajaste y sonreíste feliz. Me abandonaste en el sofá, tal como me había muerto, algo desmadejada. Entonces te escuché hablar con ella. Tu voz sonaba con un timbre pulido, tan diferente del que usas conmigo, que parece hecho de productos abrasivos, de los que arañan el corazón. Te cambiaste de ropa, te perfumaste y saliste de la habitación sin darme siquiera un triste beso. Esta mañana, he decidido no volver a morirme nunca más.
Anoche me morí en tus brazos. Lo hice sin pensar, por cariño, como lo he hecho todo por ti. Pusiste cara de susto, pero te duró poco tiempo. Después, cuando yo ya había cerrado los ojos y creías que no te podía ver, te relajaste y sonreíste feliz. Me abandonaste en el sofá, tal como me había muerto, algo desmadejada. Entonces te escuché hablar con ella. Tu voz sonaba con un timbre pulido, tan diferente del que usas conmigo, que parece hecho de productos abrasivos, de los que arañan el corazón. Te cambiaste de ropa, te perfumaste y saliste de la habitación sin darme siquiera un triste beso. Esta mañana, he decidido no volver a morirme nunca más.
LEYES, de Isabel González
La que muestre su pelo recibirá cien azotes. La que muestre su piel morirá. Ella se desnudó. Y se soltó la melena. Una melena tan espesa que solo fue condenada por la primera causa. Mejor, mucho mejor, desobedecer dos veces
La que muestre su pelo recibirá cien azotes. La que muestre su piel morirá. Ella se desnudó. Y se soltó la melena. Una melena tan espesa que solo fue condenada por la primera causa. Mejor, mucho mejor, desobedecer dos veces
SAMIA CORRE, de Ana Fuster
Samia corre. Desde siempre. Con hambre. Sin padre. Con una madre para seis hermanos. Sin zapatillas. Con el sol de Somalia desplomado en los hombros. Sin hiyab. Con miedo a los soldados. Sin querer oír las amenazas, los insultos. Con el dolor ya convertido en suela. Sin ambiciones. Con el tesón de atleta. Corre. Porque correr lo es todo. En Pekín 2008 Samia cruza la meta sola. La última. Las piernas de las mujeres de todo un continente son su oro. Pero la arrolla el sueño. Quiere más. Hay un mar que, dicen, separa la miseria y la gloria. Se hacina en la patera. La falacia de Europa devora su juventud entre olas. Indiferente, ni se molesta en eructar su cuerpo. Sobre el fondo, entre pecios de galeras y cayucos, Samia sigue corriendo. Porque correr lo es todo.
Samia corre. Desde siempre. Con hambre. Sin padre. Con una madre para seis hermanos. Sin zapatillas. Con el sol de Somalia desplomado en los hombros. Sin hiyab. Con miedo a los soldados. Sin querer oír las amenazas, los insultos. Con el dolor ya convertido en suela. Sin ambiciones. Con el tesón de atleta. Corre. Porque correr lo es todo. En Pekín 2008 Samia cruza la meta sola. La última. Las piernas de las mujeres de todo un continente son su oro. Pero la arrolla el sueño. Quiere más. Hay un mar que, dicen, separa la miseria y la gloria. Se hacina en la patera. La falacia de Europa devora su juventud entre olas. Indiferente, ni se molesta en eructar su cuerpo. Sobre el fondo, entre pecios de galeras y cayucos, Samia sigue corriendo. Porque correr lo es todo.
Muchísimas gracias Ernesto por el homenaje y los relatos tan idóneos para el día que se celebra.
ResponderEliminarBesicos muchos.