A propósito del terremoto de ayer en Madrid, TEMBLORES, uno de los primeros relatos que escribí (incluido en La dictadura del amor)
Temblores
Temblores
Aunque Rosaura aún no se ha despertado, es capaz de sentir
el beso que, como todos los días, Carmelo le da antes de marcharse a trabajar.
Es un beso suave, que apenas le roza la mejilla. Ella se gira hacia el otro
lado de la cama y continúa durmiendo. Total, el día es largo y, desde que los
gemelos se fueron a estudiar a Granada, ya no hay tanto quehacer en la casa.
Además, hoy es martes y no tiene clase de sevillanas. Se levanta una hora más
tarde y enciende el radio. Mientras hace la cama, escucha la noticia del
terremoto:
"Alrededor de las tres y
media de la madrugada, un temblor de tierra que ha alcanzado los 6,1 grados en
la escala Richter, con epicentro a quince kilómetros al suroeste de la
localidad marroquí de Alhucemas, ha causado la muerte al menos a 20 personas y
herido a 40. En Melilla también se ha sentido el seísmo durante más de 20
segundos. Aunque afortunadamente no ha causado ni víctimas ni daños materiales,
la ciudad se ha despertado sobresaltada en mitad de la noche...".
Rosaura no sabe cuánto son 6,1 grados en la escala Richter,
pero piensa que la noticia debe de exagerar bastante, porque ellos no han
notado nada. Recoge el pijama que su marido ha dejado en el suelo, lo dobla con
cuidado y lo coloca debajo de la almohada. Después, quita el polvo del salón,
limpia el baño, pone una lavadora y se arregla un poco para hacer la compra.
Antes de salir, mira a través de la ventana. Una lluvia fina cae sobre la
hierba del jardín. Apenas puede apreciarla, pero decide coger el paraguas.
Cuando llega al mercado, el terremoto es el tema de conversación en todos los
puestos: "No vea cómo se movía la lámpara", comenta el pescadero.
"En camisón y todo he bajado a la calle del miedo que tenía", dice
una de las clientas. "Hasta los libros de la estantería se han caído al
suelo", afirma otra. En los tres puestos en los que se detiene a comprar,
Rosaura repite la misma frase: "Pues nosotros no nos hemos enterado de
nada", y una y otra vez le
contestan: "Señora, han debido de ser ustedes los únicos de todo
Melilla".
Cuando regresa a casa, saca la compra de las bolsas, la
reparte entre el frigorífico y los estantes de la despensa, y se pone a
preparar la comida. Su marido casi nunca viene a comer, siempre tiene un
almuerzo de negocios o algún cliente a quien invitar, pero a ella le gusta
tener algo preparado por si acaso. Si al final no aparece, siempre puede
guardarlo para la cena o congelarlo para que se lo lleven los gemelos cuando
vengan de fin de semana. Poco antes de las dos, su marido llama:
definitivamente no viene a comer. Algo de un cliente de Madrid que está de
visita."Había hecho sopa de pescado y dorada al horno, pero lo guardaré
para la cena", dice Rosaura. Cuando cuelga, se prepara una ensalada y
enciende la televisión. El informativo abre con la noticia del terremoto y
conecta en directo con Alhucemas, en Marruecos. El presentador calcula los
muertos en más de cincuenta, pero las cifras todavía no son oficiales. Después
conectan con el corresponsal en Melilla, que entrevista a algunas personas en
la calle.
"Horrible, ha sido horrible. No he pasado tanto miedo
en mi vida. Pensaba que todo se venía abajo", dice un hombre de unos
cuarenta años. "Yo me he despertado en mitad de la noche y todo se movía.
Sólo han debido de ser veinte segundos, pero a mí me parecía que no se acababa
nunca", ahora es un joven el que habla, casi comiéndose el micrófono.
"Pensaba que el armario se me caía encima. No sabía qué hacer", dice
una tercera persona. El corresponsal cierra con una entrevista al jefe de
bomberos, que comenta las numerosas llamadas recibidas durante toda la
madrugada y da algunos consejos, por si los movimientos se vuelven a repetir
durante las horas siguientes.
Suena el teléfono. Son los gemelos que están viendo el
telediario y llaman para preguntar por el terremoto.
-Pues tu padre y yo ni nos hemos enterado -dice Rosaura.
Desde donde está el teléfono, puede ver el jardín. Antes,
cuando eran unos niños los veía jugar a través de la ventana y podía
vigilarlos, ahora ya no es necesario.
-Pues habréis sido los únicos en todo Melilla -le dice uno
de sus hijos.
-¡Qué va!, las noticias siempre exageran. ¿Vais a venir el
fin de semana?
-No creo. Dentro de poco empiezan los exámenes y tenemos
que empezar a estudiar.
Cuando cuelga el teléfono, Rosaura coge un marco con una
foto de los gemelos. La mira durante un instante, antes de devolverla a su
sitio. "Ya tenían diez años y todavía los vestía igual. Seguro que fue al
año siguiente cuando dejé de comprarles la misma ropa a los dos. Cada vez quieren
venir menos a casa", piensa. Después, marca el número del móvil de su
marido. Mientras escucha la señal, observa el jardín: al fondo está la piscina.
También puede ver el pino que ella y su marido plantaron cuando nacieron los
gemelos y la fuente de piedra con la figura de un arquero que tiene los ojos
vendados. Un capricho de su marido. No ha dejado de llover y ya se han formado
algunos charcos en el césped.
-Dime, Rosaura.
-Oye, Carmelo, ¿tú has notado algo esta noche?
-Yo no, ¿y tú?
-Yo tampoco.
-Si es que nosotros no nos despierta ni un temblor de
tierra, ¿eh? Oye, te tengo que dejar, que estoy con un cliente.
Rosaura cuelga. Observa el pino a través de la ventana: lo
ha ido viendo crecer a la vez que a los gemelos. En este momento le parece que
hace tiempo que dejó de crecer. Si no fuese por las gotas que ve caer sobre los
charcos, creería estar viendo una fotografía. Recuerda cuando se instalaron en
la zona. Siempre había alguna casa en obras y se oían ruidos y se veía a los
albañiles trabajar. Hace años que el barrio está lleno y no queda sitio para
nuevas casas. Ya no hay ruidos de máquinas, ni obreros, ni herramientas. Cuánto
le molestaban aquellas obras. Entre las obras y los gemelos no descansaba nunca
y, quién se lo iba a decir, ahora echa de menos todo ese jaleo.
Se hace de noche. Carmelo llega a casa cerca de las ocho y
media. La sopa ya está caliente y Rosaura tiene la mesa preparada. Le saluda
con un beso. Añade: "¿Qué tal el día?". Carmelo le dice algo de unos
pedidos que tienen que llegar, pero Rosaura no contesta, está mirando por la
ventana. Ya no puede ver las gotas golpear sobre los charcos. Ha dejado de
llover y todo está inmóvil: el jardín le parece un decorado de cartón piedra.
La televisión está encendida. Los dos se sientan a cenar en el salón. Rosaura
apenas prueba nada. En las noticias están ofreciendo de nuevo imágenes del
terremoto. El cámara se ha centrado en una barriada de casas de adobe en las
afueras de Alhucemas. Todas están destruidas. Entre los escombros pueden verse
los cuerpos de varias personas atrapadas. Personal de la Media Luna Roja
atiende a los heridos. Gritos en árabe, gente pidiendo ayuda. El presentador
explica que las zonas más pobres de la ciudad son las más afectadas y que los
muertos ocasionados por el terremoto ascienden a más de doscientos cincuenta.
Ofrece datos de otros terremotos. Dice que se producen alrededor de doscientos
temblores de tierra a lo largo del año de diferente intensidad, pero que sólo
sentimos los que se producen en zonas habitadas. La mayoría apenas tienen
efectos. Rosaura mira cómo Carmelo sorbe la sopa. El presentador conecta con su
corresponsal en Melilla, que repite las mismas imágenes que han emitido por la
mañana.
-Estas cosas siempre les pasan a los más pobres. Cuando hay
un terremoto en California, ni se enteran y sólo hay un par de víctimas -dice
Carmelo.
-Oye, Carmelo, ¿por qué crees que no nos hemos notado el
terremoto?
-No sé, porque nuestra casa tiene unos cimientos muy
sólidos o porque tenemos un sueño muy profundo. ¡Vete tú a saber!
-Yo creo que es por lo del sueño, porque en el barrio todo
el mundo lo ha notado -dice Rosaura.
Ya han acabado de cenar. Carmelo se tumba en el sofá,
mientras Rosaura recoge la mesa y se sienta cerca de él. Cambia de canal, en
otras cadenas continúan saliendo imágenes del terremoto. Otro presentador dice
que los movimientos se pueden repetir durante los próximos días aunque,
seguramente, con menor intensidad. Rosaura sólo puede ver casas destruidas,
ambulancias sacando heridos y gente corriendo de un lado a otro.
Después del
telediario, comienza una película y los dos permanecen en el sofá. Intercambian
un par de frases sobre los gemelos. Ella coge una revista. Mientras la ojea,
mira de reojo a su marido y lo ve dar cabezadas en el sillón. La boca
entreabierta. La cabeza inclinándose lentamente, hasta que la ley de la
gravedad hace que se venza con un movimiento brusco y se despierte. Entonces se
incorpora en el sillón, los ojos se le vuelven a cerrar y la cabeza se vuelve a
inclinar hacia delante y así hasta que, por fin, encuentra una posición cómoda
y se queda dormido. De vez en cuando, de su boca sale una respiración profunda.
Se despierta en cuanto acaba la película, sobresaltado por el ruido de los
anuncios. Rosaura le pregunta:
-¿Qué tal la película?
-Un poco lenta -contesta.
Carmelo se levanta, le da un beso a su mujer y añade:
-Me voy a la cama, que mañana tengo que madrugar.
Rosaura se queda en el sofá mirando la lámpara. Ella no
tiene que madrugar. La clase de sevillanas no comienza hasta las once. Los
gemelos tampoco vendrán el fin de semana. Por un momento le gustaría que la
lámpara comenzase a balancearse. Que una ligera grieta apareciese en las
paredes, que los libros de la estantería cayesen sobre el parquet, que el suelo
comenzase a temblar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario