Desde que a mi padre le echaron la maldición, todos los años, durante la aceituna, le partía en dos un rayo. Una de las mitades, la más ágil, corría a levantarse, comprobaba que se encontraba bien, se sacudía el polvo de la ropa, se peinaba y comenzaba a caminar por la carretera, hasta atravesar el río Guadalquivir, mientras silbaba una canción. De vez en cuanto se volvía y nos decía adiós con la mano, mientras la otra mitad continuaba en el suelo quejándose de su mala suerte por tener que quedarse en el pueblo a cuidar de nosotros, por lo menos hasta la próxima temporada.
(Microrrelato premiado en el Certamen "Por aquí pasa un río", organizado por el AYuntamiento de Córdoda)
amigo que no paras todo te lo llevas, pero reconozco que tiene mucho estilo la verdad. Abrazos grandes.
ResponderEliminarGracias, Manuel, el premio es del mes pasado, lo que pasa es que apenas actualizo
EliminarEres un crack, un trueno del micro y este es muy grande. Cuando tenga tiempo me voy a empapar enterita tu web y a aprender y disfrutar un rato laaaaargo.
ResponderEliminarGracias, Lorenzo, la admiración ya sabes que es mutua.
EliminarFelicidades, Ernesto. Un relato divertido que nos habla de los deseos y las realidades.
ResponderEliminarGracias, Ximens, deseos y realidades, sí, aunque bajo ese apariencia divertida, quizás la realidad no los sea tanto, abrazo.
ResponderEliminarRealmente un buen relato, me declaro adicta al blog.
ResponderEliminarUn saludo!