Se dibuja una sonrisa mellada en su boca cada vez que, entre las paredes de la habitación, revive el combate contra Kid Sugar por el título europeo. Entonces le reconocían por la calle, comía a la carta y tenía mesa reservada en los restaurantes.
Aunque le cuesta caminar, cada día se levanta de la cama y rememora ese juego de piernas, uno, dos, uno, dos, que le hizo famoso, hasta que el sonido de la campana le saca de su ensoñación, recordándole que es la hora de comer.
Hoy toca crema de verduras y pescado hervido. Espera que, al menos, haya natillas de postre.