Como tantas veces había hecho de niño, me presenté en su habitación. Aunque al principio parecía extrañado, enseguida supo que era yo. Nos habíamos hecho mayores, pero en el fondo seguíamos siendo tan inocentes como entonces. Me estaba contando que se había casado, cuando una mujer entró, interrumpiéndonos.
-¿Con quién hablas? ¡Aquí no hay nadie! -le dijo.
A mí, ni siquiera me miró. Hacía como si no existiese, pero yo sabía que ella también me veía, porque la había reconocido. Aunque se había convertido en una mujer, seguía siendo tan mentirosa como cuando era una niña y los tres compartíamos juegos y secretos.
Interesante juego y misterioso triángulo el que planteas, Ernesto, me gusta todo lo que sugiere el texto.
ResponderEliminarDemasiado misterioso, quizás. No sé si se llega a atender. Pero me alegra que te gusta lo que sugiere.
ResponderEliminarA mi también me parece muy misterioso, no sé si es un amigo invisible o hay un misterio terrible que viene de más atrás...
ResponderEliminarUn abrazo